Tríptico de Reloj es una obra maestra silenciosa, de esas que no necesitan alzar la voz para imponer su presencia. Capozzoli, con su delicado equilibrio entre técnica e imaginación, crea una imagen del tiempo que no se olvida: sensual y mecánica, íntima y abstracta. En un mundo acelerado, esta pintura invita a mirar detenidamente, como si el tiempo —por un momento— pudiera ser contenido en una imagen.
Glauco Capozzoli (Montevideo, 1929 – Borja, Zaragoza, 2003) fue uno de los grandes exponentes del surrealismo latinoamericano, con una trayectoria artística profundamente marcada por la exploración técnica y conceptual. Formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Montevideo, donde obtuvo siete medallas en el Salón Nacional, Capozzoli desarrolló una carrera internacional que lo llevó a Europa, Estados Unidos y Japón. Su obra, expuesta en grandes ferias como la de Basilea, y en diálogo con personalidades como Julio Cortázar, destaca por una maestría técnica impecable, así como por una profundidad simbólica que invita a la contemplación.
Tríptico de Reloj, el cuerpo como engranaje del tiempo
En Tríptico de Reloj (1977), realizado en temple acrílico sobre tablex (cada panel de 122 x 81 cm), Capozzoli articula una de sus obras más inquietantes y poéticas. Dividida en tres paneles verticales, la obra funciona como una narración secuencial y simbólica. En cada uno de los paneles se despliega una figura femenina fragmentada, mecanizada, detenida en un espacio ambiguo entre escultura, maniquí y cuerpo real. El espacio es claustrofóbico y teatral, como una escena detenida dentro de una caja escénica o gabinete de curiosidades. El uso del tríptico remite a la tradición religiosa, pero aquí se resignifica en clave profana y psicológica.
En el primer panel, dos figuras femeninas se enfrentan: una de frente, otra de espaldas. Sus pieles parecen intercambiarse, como si una se estuviera desprendiendo de su naturaleza para asumir otra forma. El artificio no es grotesco, sino delicadamente insinuado. La escena sugiere un ritual de paso, donde la identidad se desdobla y la corporalidad se fragmenta.
El panel central - el más impactante - muestra una figura fusionada con una estructura mecánica. De su cintura emergen tubos, correas, y prolongaciones que remiten a vísceras convertidas en cañerías. El fondo rojo enfatiza el dramatismo de la escena. Debajo, un sistema de relojes abiertos, como órganos desplazados, refuerza la idea de que el tiempo no solo se mide: se habita, se padece. El cuerpo ya no envejece, sino que se transforma en mecanismo, en engranaje.
El tercer panel muestra una figura más vertical, casi recuperada, pero aún rodeada de pliegues y tubos. Su pierna, que descansa sobre una base escultórica, busca integrarse como parte del lenguaje plástico del conjunto. Aquí, la mujer se presenta en una especie de epifanía silenciosa: más que una persona, es un símbolo. El cuerpo femenino se ha convertido en una forma de decir el tiempo, no de sufrirlo.
Simbolismo
Tríptico de Reloj es una obra de gran densidad simbólica que invita a una reflexión existencial sobre la condición humana en un mundo tecnificado. Capozzoli explora el límite entre lo orgánico y lo mecánico, entre el alma y la estructura, dejando abierta una pregunta crucial: ¿hasta dónde somos cuerpos, y desde cuándo somos máquinas?
En tiempos donde la inteligencia artificial, la automatización y el transhumanismo marcan el ritmo de nuestra evolución, esta obra - aunque creada antes de ese debate - resulta más pertinente que nunca. Un tríptico que no solo representa el paso del tiempo, sino también nuestra lucha por conservar algo de humanidad entre engranajes que no se detienen.