El arte de las falsificaciones

El arte de las falsificaciones

En un reportaje reciente, The Wall Street Journal destaca un cambio significativo en las actitudes de coleccionar arte. Hasta hace pocos años, decía, el coleccionismo era un hobby o una pasión, pero a medida que los precios de arte se disparaban, la situación cambió, y hoy los compradores de arte suelen buscar ante todo beneficios.
Nature Morte à la Nappe à Carreaux
Como explica la consultora londinense Constanze Kubern, el factor diferencial de las obras arte es que aguantan las crisis financieras a diferencia de otros bienes. Esto se ha visto desde el 2008, cuando la demanda de obras de arte de primera clase, especialmente de arte de posguerra, se ha multiplicado de manera exponencial. El mundo mercantilista de los objetos de arte empezó a extenderse ampliamente a principios del siglo XIX, cuando los intelectuales comenzaron a comprar obras para llenar los nuevos edificios de museos. Como reflejo de este creciente interés del público por el arte, el fenómeno de la falsificación, que ya existía desde la época barroca a pequeña escala, se propagó y se fue haciendo más compleja hasta transformarse en un negocio oscuro y expandido, una actividad ilegal, asociada, en gran parte un cierto mito y romanticismo gracias a los medios de comunicación y al cine. Los falsificadores, generalmente movidos por la codicia o el deseo de venganza suelen, sin embargo, tener un buen ojo hacia las diferentes tendencias de arte y las obras y artistas que están siendo demandados en el momento. Tampoco es raro que precedan la moda actual inducidos por subastas o exposiciones.

Verificación

Se recomienda que antes de invertir en una obra se consulte a un especialista en historia del arte. Si son imparciales y objetivos, los ojos profesionales, sensibles a las características peculiares del estilo y del artista, raras veces se dejan engañar. El primer punto de un cuadro que un experto suele mirar es su parte posterior para ver, si las hubiere, falsas referencias, sellos engañosos, nombres, etiquetas ilegibles o sobrescritas que indican colecciones o museos de renombre. Luego, además de un examen visual general imprescindible, pero no siempre suficiente puesto que los falsificadores son cada vez más ingeniosos, se aconseja recurrir a la documentación de registro existente que puede verificar el origen de una obra. En general, esta documentación proporciona una cadena de conexiones que nos remontan a la historia de la misma, su propietario anterior y, a veces, nos permiten llegar al propio artista. Porque los objetos genuinos, a diferencia de las copias, siempre tienen una historia.

Si aún persisten dudas, la ciencia puede ser un último recurso. Antes de la aparición de las pinturas modernas, el análisis crítico del estilo y el examen de la superficie con una lupa eran suficientes para determinar la autenticidad de un cuadro. Hoy en día dichas comprobaciones se realizan con pruebas sobre el material, a través del estudio de las técnicas utilizadas y los signos de desgaste. Las investigaciones físico-químicas más utilizadas son la datación del bastidor de madera con espectroscopia y el análisis microscópico estéreo, usado para hacer un examen de la superficie.

Análisis critico de las diferentes pinceladas
Análisis critico de las diferentes pinceladas

Observar los signos de envejecimiento de la capa pictórica, la cristalización de los pigmentos, su pureza y tamaño, la naturaleza de las grietas y craquelados que se forman con los años o los signos de restauraciones anteriores, son los factores primordiales a considerar durante la evaluación de una obra. Además, la luz de Wood y otras luces monocromáticas emitidas por lámparas de mercurio permiten evaluar el grado en que la pintura ha sido retocada, así como identificar las diversas sustancias fluorescentes. Para verificar la validez del periodo histórico estimado, el análisis espectroscópico de infrarrojos permite comprobar los materiales utilizados – los pigmentos, aglutinantes, colas y barnices – aún con cantidades de muestras mínimas.
Análisis con espectroscopia
La posibilidad de falsificar una obra depende mucho de si el propio artista tomó precauciones para evitar ser copiado. Picasso, por ejemplo, creó tantas obras sin registro que incluso los historiadores no saben con certeza cuántas están dispersas por el mundo. O Salvador Dalí, que en el apogeo de su fama firmaba páginas en blanco. Si llevan un registro o un catálogo riguroso de todos sus trabajos documentados con fotografías, - aunque también hay tener en cuenta la falsificación de documentos o justificantes - los artistas pueden evitar que su trayectoria se diluya. Y es que ya en el siglo XV algunos pintores holandeses firmaban sus obras, siendo Jan van Eyck el primero que le añadió a un cuadro el término latín fecit, “lo ha hecho”. Cuatro siglos más tarde Van Gogh, dejó el testamento de su trayectoria bien documentada en anotaciones o correos íntimos, en cartas dirigidas a su hermano.

Falsificaciones

Es relativamente común y fácil reconocer cuando en una obra original se han hecho transformaciones. En general las realizan los restauradores por demanda del propietario mismo o de los mercantes de arte para un cliente potencial. Con un pequeña corrección – bien borrando elementos perturbadores, o por el contrario, añadiendo nuevos motivos decorativos – el valor de una obra media puede alcanzar un nivel alto.

Varios artistas reutilizaron sus cuadros antiguos, como el ya citado Van Gogh. En los primeros años de su carrera, el holandés pintó a menudo nuevas composiciones en lienzos viejos a causa de su dificultades financieras. El descubrimiento, en 2008, de una composición oculta titulada “Vegetación Salvaje” gracias a una fotografía de rayos X, confirmó que, debido a la falta de lienzos frescos, en 1889 el holandés sobrepintó ésta última encima de otra llamada “El Barranco”.
Falsificación de Van Gogh por John Myatt
Falsificación de Van Gogh por John Myatt

Aunque en este caso no podemos hablar de falsificación, sí que podemos demostrar cómo la técnica puede servir a los historiadores de arte. Engañando a menudo incluso a los expertos, las falsificaciones suelen provenir de obras auténticas pintadas por autores desconocidos y transformadas a posteriori. En este caso, el falsificador modifica una pintura vieja para poder venderla como una obra maestra de un pintor prestigioso. Desenmascararlo, en comparación con las réplicas modernas, requiere un estudio mucho más cuidadoso ya que los materiales utilizados son auténticos y que se trata de obras originales donde no se puede observar la imitación forzosa. La indiscutible eficacia y extensión de este método en el mercado del arte actual se debe a un característica bastante generalizada que se da cuando un coleccionista, adquiriendo una pieza, quiere poseer la obra completa. En muchos casos la gente compra un bien por la fama de su creador sin tener conocimientos de su trayectoria y sin hablar con un consultor de arte. Ignorancia que facilita mucho el trabajo de los falsificadores.
Otro peligroso tipo de falsificaciones, y por lo general difícil de identificar, son las réplicas antiguas. Se trata de la transformación de copias realizadas – a menudo por artistas reconocidas – en el periodo de aprendizaje de los artistas. La elaboración de las réplicas está estrictamente regulada, determinando, por ejemplo, que éstas deben llevar una marca donde se nombre tanto el autor original como al estudiante. Ni siquiera el tamaño exacto de la imagen original puede cambiar. Tampoco es raro encontrar en el mercado de arte firmas falsas en obras auténticas. Los métodos utilizados en la mayoría de estas manipulaciones dejan rastros reveladores: la composición interna del cuadro se distorsiona o la superficie de la capa pictórica del mismo sufre daños. Una firma falsa también se puede ver por el estilo de sus letras o gracias al uso de rayos de luz ultravioleta. No obstante, este método tampoco es infalible ya que con el uso de productos químicos - térmicos como el tinte para el cabello, el spray anti-UV o incluso cociendo la pintura en el horno  - se pueden manipular los componentes.

Venganza

Han van Meegeren, un retratista neerlandés que no despertaba el interés de los críticos se convirtió en uno de los más ingeniosos falsificadores del siglo XX al usar fórmulas antiguas para imitar casi a la perfección el estilo de Johannes Vermeer. Como explicó John Godley en su libro, Master art forger, el falsificador invirtió mucho dinero en adquirir lienzos auténticos del siglo XVII, pinceles de pelo de tejón – similares a los que usaba Vermeer – y otros materiales valiosos, como el lapislázuli, albayalde, añil o cinabrio. Cuando acababa un cuadro, lo horneaba para endurecerlo y enrollaba la tela para aumentar las grietas, consiguiendo así un aspecto más antiguo. Esto causó inseguridad en el mercado de arte, ya que ni siquiera los expertos fueron capaces de distinguir las copias de los obras originales. Van Meegeren ganó una fortuna con sus falsificaciones y estafó, entre otros, al tercero de Hitler, Hermann Goering. En 1945 fue arrestado y acusado de traición por vender un Vermeer a los nazis. Para evitar la de pena de muerte, Van Meegeren lo confesó todo.
A finales de los años 60 el húngaro Elmyr de Hory afirmó haber vendido más de mil pinturas a galerías de renombre y distribuidores en todo el mundo, falsificando obras de maestros como Picasso, Modigliani, Chagall, Toulouse-Lautrec, Matisse y Renoir. Se las arregló para eludir a Interpol y al FBI durante la mayor parte de su carrera criminal y además vendió sus falsificaciones por el mismo precio que los originales. Elmyr nunca llegó a ser reconocido como pintor en vida, pero, ironía del destino, después de su muerte el valor de sus cuadros se disparó tanto que éstos fueron falsificados a su vez y hasta Orson Welles le inmortalizó en la película F for Fake.
Imitación del estilo de Picasso por Elmyr de Hory
Imitación del estilo de Picasso por Elmyr de Hory

Y es que la frustración por no ser aceptado en el mundo del arte es una de las razones esenciales que pueden llevar a un artista a falsificar. Éste también fue el caso del pintor y restaurador inglés Tom Keating, quien afirmó: “Los mercantilistas corruptos llenan sus propios bolsillos a expensas de los coleccionistas ingenuos y empobrecen a los artistas”.
Keating imitando “Los Girasoles” de Van Gogh
A pesar de que Keating participó en varias exposiciones nunca tuvo éxito, así que empezó a aprender técnicas de maestros venecianos. Por haberse ocupado de la restauración de cuadros impresionistas, Keating asimiló perfectamente el proceso creativo de Renoir y lo extendió a la mayoría de maestros, falsificando, durante más de sesenta años, unas dos mil pinturas de Rembrandt, Degas, Modigliani o Munch, sin identificarlas jamás. Al igual que su compatriota, Eric Hebborn, cuyos dibujos y pinturas nunca fueron apreciados por los críticos contemporáneos, empezó a copiar el estilo de Castiglione, Mantegna, Van Dyck, Poussin, Ghisi, Tiepolo, Rubens, Breughel o Piranesi. Hebborn consideraba que sus falsificaciones eran una investigación empírica, experimentos: “Si mis obras consiguieron ser aceptadas, entonces puedo saber con certeza que mis teorías sobre el dibujo están en lo cierto, es decir, es posible escapar a la influencia de la época, el lugar y los propios gestos personales, y entrar mentalmente en el mundo intemporal del arte de la que los mejores artistas se inspiran”. Su copia más famosa fue comprada por la Galería Nacional de Dinamarca pensado que se trataba de un Piranesi original, hasta que Hebborn afirmó que era suya en un programa de la BBC, en 1991. El inglés llegó a crear hasta un manual para falsificadores, Art forger's handbooken el que explica cómo engañar a los expertos en historia del arte. En 1996, poco después de la publicación de la edición italiana del libro, Hebborn fue encontrado muerto en las calles de Roma con el cráneo facturado.

Otro caso sonado es el de John Myatt. Como la mayoría de falsificadores de renombre, en vez de copiar las obras de artistas célebres, pintaba cuadros originales inspirándose en su estilo, lo cual resulta mucho más difícil de detectar. Hoy en día, vende sus obras con un sello de “falsificaciones genuinas” en la parte posterior, presentándose con poco modestia The Artist. En 1995 fue condenado a prisión por vender más de 200 pinturas falsas. La casa de subastas Christie's valoró su falsa obra del cubista Albert Gleizes en £25.000, y según estima, todavía hay en circulación en el mercado cerca de 120 falsificaciones suyas. 
Obra original “El siglo XX” de Bortnyik, y copia en el Museo Thyssen de Madrid

Obra original “El siglo XX” de Bortnyik, y copia en el Museo Thyssen de Madrid

Un último caso bastante común es cuando una artista falsifica su propia obra. El pintor húngaro Sándor Bortnyik – al igual que Marc Chagall, Giorgio de Chirico o Hans Arp – rehizo varias obras suyas tras una larga trayectoria artística. Cuando en los años 60 y 70 el mercado del arte se giró hacia Europa central, las primeras obras de Bortnyik empezaron a ser muy demandadas. Así que el viejo maestro reinventó los cuadros que se perdieron o desaparecieron cuando tuvo que emigrar de Hungría gracias a los dibujos, grabados y fotografías de los que aún disponía. Así es como han aparecido obras suyas con fechas falsas, tanto en los libros como en las grandes exposiciones internacionales. Los expertos de la Galería Kieselbach de Budapest han afimado que en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid figura una obra del húngaro titulada “El siglo XX.” con fecha falsa, 1927. La obra original sigue extraviada y aparentemente el Museo no es consciente que el cuadro colgado en su interior es una réplica, a juzgar por lo indicado en su página web: “El siglo XX es un homenaje del pintor a su época. El asunto representado en este lienzo es el progreso industrial y la tecnología, un tema central para la vanguardia de entonces.”

Más allá de las modas

 El fascinante mundo del arte involucra muchas emociones y aún más dinero. El comprador potencial debería encontrar el estilo que le hace vibrar, y dejar de lado la moda absurda y superficial de comprar arte a precios grotescos sólo cuando su creador es conocido, aunque no tenga la más mínima sensibilidad para entenderlo. Si bien es legítimo adquirir arte sólo como mera inversión, en última instancia una obra es mucho más que una simple mercancía lujosa. Es una pasión que exige discernimiento, introversión, entrenamiento y mucho trabajo personal. El mercado rebosa de artistas poco conocidos con enorme talento, vivos o muertos, cuyas obras se dejan pasar y no son consideradas dignas, sólo por que no tienen una firma famosa. Quizás dentro de algunos años las mismos exploten, y entonces, todo el mundo las comprará sólo porque en ese momento será lo que hay que comprar. Intente pues el comprador mirar obras, muchas, pararse delante de ellas, dejarse llevar, identificar sus emociones, y adquirir aquella que le transmita y que le haga disfrutar. No se equivocará.

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