Surgido en los siglos XV-XVI en Florencia, el Renacimiento supuso el triunfo sobre el mundo antiguo y el alejamiento de la oscura Edad Media posicionando el hombre en el centro de un nuevo universo. En el arte, el Renacimiento rompió con los cánones tradicionales y los artistas humanistas introdujeron el retrato en la pintura como afirmación máxima del protagonismo de la persona retratada. Éste pretendía reflejar el poder, virtud y logros alcanzados por el retratado, mientras los símbolos le definían.
A menudo las obras maestras de dicha época son objetos de estudio para el advenimiento de nuevas creaciones. He aquí tres ejemplos donde se fusionan el Renacimiento y el Arte Contemporáneo de la pincelada de Gregorio Sabillón, pintor surrealista hondureño.
El famoso Retrato de cardenal de Rafael es el modelo perfecto de la serenidad y inteligencia. La figura del cardenal está aislada en un fondo neutro oscuro, sin elementos externos que distraigan la atención. Sabillón repinta el cardenal y muestra las diferentes personalidades imaginadas mediante sutiles variaciones de sus rasgos faciales. El color dominante del cuadro sigue siendo el rojo pero se completa con una serie de objectos simbólicos: el sillón, como lugar de la votación del nuevo Papa por los cardenales; los anillos de zafiro, como la representación de su poder; y una hoja en la mano, metáfora del voto secreto.
El Díptico del duque de Urbino, obra de Piero della Francesca se encuentra entre los primeros retratos renacentistas. Se trata de los dos perfiles de un matrimonio frente a frente en un paisaje idealizado. Para el retrato de la mujer del duque, Battista Sforza, el pintor probablemente usó la máscara mortuoria, dado que ella ya había muerto. La luz que proviene de la espalda de Federico de Montefeltro ilumina el rostro de Battista y lo hace parecer más blanco. Se aprecia un potente sentido de volumen, especialmente en el perfil de Federico, gracias al gorro del mismo color rojo que las ropas.
Los retratos son minuciosamente detallados con sutiles accesorios como las joyas o el velo de la mujer. Sabillón modifica el cuadro y divide a los dos personajes en espacios separados. Mientras que Battista Sforza sigue en un paisaje similar al de origen, su velo es echado para atrás como efecto del mismo viento que impulsa a los pájaros que salen del sombrero de un duque de Urbino, cuyas partes situadas fuera del marco son transparentes.
Anguissola Sofonisba retrató el rey Felipe II como un elegante y distante cortesano, el primer funcionario del reino, distinguido tan sólo por su apostura y por el imprescindible Toisón de Oro que luce sobre el jubón negro. Sin duda, la nota más original la ofrece el rosario que sostiene en la mano izquierda. Fue precisamente en 1573 cuando el papa Gregorio XIII instituyó la fiesta del Rosario, en conmemoración de la victoria cristiana en Lepanto, a fin de propiciar el triunfo de la fe católica, según cita del Museo del Prado. En el más puro estilo Vanitas, una temática de los siglos XVI y XVII que pretende transmitir la inutilidad de los placeres mundanos frente a la certeza de la muerte, Sabillón retrata a un Felipe II bizco, enmarca su rostro, altera su sombrero y añade una calavera probablemente como símbolo de su trato hacia la población indígena.