De la Belle Époque a la escultura moderna: una familia de pioneros

De la Belle Époque a la escultura moderna: una familia de pioneros

Julio González (Barcelona, 1876 – Arcueil, Francia 1942) está considerado como el fundador de la escultura en hierro moderna y como uno de los principales escultores del siglo XX. Marcó los aspectos técnicos y conceptuales de Picasso, de quien fue amigo y colaborador, además de estar en contacto con Juan Gris, Pablo Gargallo y Modigliani. Sin embargo, el acercamiento a la obra de Julio González resultaría a todas luces incompleto de no contemplar su vinculación con su hermano mayor, y motor familiar Joan González (Barcelona, 1968 – 1908) cuya carrera artística fue truncada por su prematura muerte. Igualmente incompleta sería la historia si obviáramos el papel continuador que ostentó su hija, Roberta González (Paris, 1909 – Monthyon, 1976), no sólo como artista sino también como albacea intelectual y sentimental de un complejo corpus artístico. 

Joan González, el hermano mayor, fue el cabeza de familia y el el encargado de tomar decisiones como la de instalarse en París, dejando atrás una intensa labor artesanal en el taller de metalistería artística en Barcelona. Joan trabajó de forma empedernida los apenas ocho años que su  enfermedad le permitió dedicarse al arte, entre 1900, año en que decidió el traslado a París, y 1908, en que finalmente regresó para morir a su Barcelona natal. Esos ocho años fueron suficientes para granjearse el reconocimiento, aprecio y admiración de artistas y críticos como Joaquín Torres Garcia, Alexandre de Piquer, un joven Picasso o el propio Gaudí, fascinado por su obra. Joan dejó para el futuro una trayectoria artística corta pero rica en ilustraciones postimpresionistas y el art nouveau, en retratos urbanos, sobre todo jóvenes mujeres.

Tras la muerte prematura de su hermano mayor que traumatizó  hasta a Picasso, a Julio González le correspondió tomar las riendas no sólo de la familia sino también de su propia actividad artística, que también se inició en el trabajo artesanal de la orfebrería. Ello marcó el carácter de sus primeras máscaras, figuras y relieves en metal repujado, producidas alrededor de 1910.

A partir de 1927 Julio González se inició en el trabajo con el hierro; recortó y pasó por el tamiz de la soldadura autógena trozos de metal cortados a cizalla o pequeñas varillas de hierro, pero siempre con una idea tan elaborada del resultado final que sus dibujos y bocetos lo anticiparon, en muchas ocasiones.
La obra de Julio González supondrá una verdadera revolución en el mundo artístico de los años treinta donde solapó frentes distintos, aunque estrechamente relacionados. La figura femenina, la naturaleza como motor de la vida, las relaciones entre el volumen y la masa, los espacios vacíos o la incidencia de la luz sobre la pieza estarían en el centro de la obra de Julio González, que revisó el concepto mismo de escultura. Como él afirmó, No se puede crear arte importante por medio de círculos y cuadros perfectos hechos  con regla y compás. Todo ello trascendió también a su hija Roberta, compañera de su padre en investigaciones que le condujeron sin miramientos a una serie de reflexiones gráficas surrealistas. Roberta González sería la verdadera continuadora de un proyecto que en el fondo inició su tío Joan y a la que debemos siempre agradecer logros como los que consiguió Julio González para la escultura contemporánea.
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