El arte tiene esa capacidad rara de inquietarnos incluso siglos después de haber sido creado. Algunas obras cargan con un halo de “maldición”, no porque lancen hechizos en la sala de estar (aunque, quién sabe), sino porque nos dejan esa sensación pegajosa, como si algo invisible nos estuviera observando.
Hoy trajimos tres pinturas que parecen listas para protagonizar su propio especial de Halloween.
Man Proposes, God Disposes – Edwin Landseer
A primera vista, dos osos polares disfrutando de un banquete ártico. Pero no, no es el “National Geographic” victoriano: se están comiendo los restos de una expedición al Polo Norte. El cuadro fue considerado tan perturbador que durante años se cubría con una cortina en los exámenes de la Universidad de Londres, porque se decía que traía mala suerte a los estudiantes. ¿Maldición real o simple excusa para justificar un suspenso monumental? Misterio.
Zdzisław Beksiński y su carnaval del apocalipsis
Pocas cosas dicen “Halloween” como una figura arrodillada en un paisaje rojo sangre, con la cabeza envuelta en vendas, como si acabara de escapar de un hospital donde las reglas de la realidad se rompieron. Beksiński pintaba el fin del mundo como quien pinta su jardín: con naturalidad. A él no le gustaba explicar sus obras, pero basta mirarlas para sentir que aquí ya no hay truco ni trato, solo un futuro distópico donde los dulces han caducado para siempre.
The Rain Woman – Svetlana Telets
La tercera obra parece menos sangrienta, pero quizá sea la más inquietante. Una figura alargada, espectral, con rostro inexpresivo y cuernos horizontales que parecen antenas para captar pensamientos prohibidos. Hasta aquí, ya suficiente para incomodar a cualquiera en la sala de estar. Pero la cosa va más allá: esta pintura, creada en 1996, se ganó fama de “cuadro maldito”. Los compradores la devolvían diciendo que no podían dormir, que sentían que los ojos cerrados de la mujer estaban, en realidad, siempre abiertos. La propia artista confesó que pintó el rostro como si no fuera obra suya, sino “dictado” por una presencia que la observaba. Vamos, lo justo para colgarla en el salón y asegurarse de que ningún invitado se quede a dormir.
¿Por qué nos atraen estas imágenes?
Quizá porque, en el fondo, amamos el cosquilleo de lo siniestro. Estas pinturas no son simples objetos estéticos: son ventanas a mundos donde las reglas se rompieron y la belleza se mezcló con la pesadilla. Perfectas para recordarnos, en Halloween o cualquier noche, que el verdadero horror nunca necesita disfraces: ya está en los lienzos, esperando a que alguien se atreva a mirarlo demasiado tiempo.