Un clásico renacentista que nunca deja de reinventarse

Un clásico renacentista que nunca deja de reinventarse

Entre las joyas indiscutibles del Renacimiento italiano, pocas brillan como el Díptico del Duque de Urbino, obra maestra de Piero della Francesca, realizada hacia 1472 y hoy custodiada en la Galería de los Uffizi, en Florencia. Este doble retrato enfrenta los perfiles de Federico da Montefeltro y su esposa Battista Sforza, dos figuras que, sin cruzar miradas, parecen hablarse a través de los siglos.

Más que un retrato aristocrático, esta obra es un manifiesto visual del poder, la virtud y la estética renacentista. Federico, mecenas y condottiero, aparece de perfil por razones más prácticas que simbólicas: el lado izquierdo era su “mejor ángulo” tras perder un ojo en combate. Battista, fallecida prematuramente, es representada con todos los atributos de la nobleza femenina: peinado impecable, joyas y un tono marmóreo que sugiere virtud y cierta idealización post mortem.

El fondo no es mero decorado. Es una visión idealizada de Urbino y su entorno, símbolo del poder de los duques como arquitectos de una ciudad culturalmente vibrante, que años después vería nacer a Rafael Sanzio. Y por si fuera poco, el reverso del díptico - pocas veces visible - contiene escenas alegóricas: Federico coronado en un carro triunfal y Battista en otro, tirado por unicornios, símbolos de virtud y pureza. Propaganda marital con una pizca de fantasía.

Todo en esta obra habla de legado y permanencia. Y es precisamente esa fuerza la que ha inspirado a artistas contemporáneos a reinventarla desde nuevos lenguajes, sin perder su esencia. A continuación, tres reinterpretaciones que convierten un ícono del siglo XV en un espejo del presente.

Fernando Botero: El volumen como poder

Fernando Botero, el maestro colombiano del volumen, realizó esta versión del Díptico del Duque de Urbino dentro de su serie de homenajes a obras maestras de la historia del arte. Durante su juventud, Botero se trasladó a Florencia, donde estudió de cerca a los grandes maestros del Renacimiento. Fascinado por su tratamiento de la proporción, la perspectiva y la solemnidad simbólica, encontró en ellos un punto de partida para su propio lenguaje.

En esta reinterpretación, Botero mantiene la estructura del retrato doble: los perfiles enfrentados, el fondo paisajístico, la serenidad casi inmóvil de los personajes. Pero los transforma con su estilo inconfundible. Los cuerpos adquieren su característico volumen expansivo, los rostros se redondean, las formas se hacen plenas, como si hubieran cobrado cuerpo más allá del tiempo.

Lejos de ser una parodia, la obra funciona como un tributo cargado de ironía suave y respeto. Botero no ridiculiza a los duques, sino que los convierte en figuras escultóricas, atemporales, dentro de su universo particular de belleza expandida.

 

Gregorio Sabillón: El simbolismo como paisaje interior

El artista hondureño Gregorio Sabillón conserva la estructura clásica del díptico de Piero della Francesca, así como la posición de los protagonistas y su aura solemne. Pero es en el tratamiento del fondo, y especialmente en la figura del duque, donde introduce una poética transformación.

Mientras Battista sigue rodeada por un paisaje montañoso cálido y extenso, fiel al espíritu renacentista, Federico se recorta contra un fondo oscuro, arquitectónico, que encierra su figura en una especie de ventana metafísica. De su sombrero emergen gaviotas en pleno vuelo, que atraviesan el marco y parecen liberarse de la imagen misma.

Este gesto, sutil pero profundamente simbólico convierte el retrato en una meditación sobre la memoria, la libertad y la permanencia del poder. Sabillón no rompe la forma original, pero sí la trasciende, llevándola hacia un espacio cargado de enigma, silencio y poesía visual.

Estas obras están disponibles para adquisición en nuestra galería.

 

Fabio Galeotti: Tiempo y espacio en diálogo

Finalmente, Galeotti nos lleva a un terreno más conceptual con su obra Testimoni del tempo. La obra se exhibió en el Palacio Ducal de Gubbio como parte de una exposición dedicada a Federico da Montefeltro. Es una invitación a pensar en el legado histórico no como algo fijo, sino como un flujo dinámico que sigue vivo, cambiante y conectado con nosotros. 

El díptico de Piero della Francesca abandona la pintura para convertirse en imagen viva. Los personajes ya no son pintura al temple, sino video digital en 4K: figuras humanas que respiran, parpadean y observan en silencio, como si hubieran despertado siglos después.

Galeotti mantiene la disposición frontal y el fondo paisajístico, pero traslada la escena al registro audiovisual. El gesto es mínimo, pero profundamente inquietante: los duques están vivos, y nos miran desde marcos dorados que imitan el pasado, mientras el paisaje digital se desliza lentamente tras ellos.

No es solo un homenaje, sino una reactivación crítica. ¿Qué ocurre cuando los íconos del pasado se insertan en la lógica visual del presente? Galeotti no responde, pero plantea la pregunta desde la inquietud de lo real. Sus figuras son testigos y también jueces silenciosos de nuestro tiempo.


¿Por qué seguir reinventando un clásico renacentista?

¿Por qué volver una y otra vez sobre el retrato de los duques de Urbino? ¿Qué tiene esta imagen, fija y frontal, que sigue activando la imaginación de artistas tan distintos como Botero, Sabillón o Galeotti?

Quizá sea su ambigüedad: la extrañeza de una escena íntima y pública al mismo tiempo. O su perfección geométrica, que invita a romperla. O tal vez el vacío entre los dos perfiles, ese espacio tenso, cargado de historia, distancia y deseo que cada artista reinterpreta según su época y sensibilidad.

Botero los deforma, los humaniza. Sabillón los eleva al símbolo, entre memoria y desaparición. Galeotti los revive, y nos enfrenta a ellos desde la pantalla.

En todos los casos, el díptico de Piero della Francesca sigue cumpliendo su misión: no simplemente ser visto, sino devolver la mirada.

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