Por Borja Bandrés
Junto al de las drogas, el mercado de arte de lujo es el más grande y el menos reglamentado del mundo, según explicó el crítico Robert Hughes. En este mercado un par de casas de subastas, en consonancia con un pequeño grupo de galerías y de comisarios famosos, manipula los precios para mantener la gigantesca escalada de un sistema artificial creado por ellos en el que promueven obras de los artistas que eligen, ya sean recién llegados sin formación ni talento, u artistas olvidados que, de repente, resucitan, hinchando sus cotizaciones hasta niveles demenciales y marginando todos los demás.
Para crear un sentido que justifique el precio de una determinada obra y para que éste tenga veracidad ante los coleccionistas o los multimillonarios inversores y especuladores para los que está diseñada esta gigantesca “apuesta para ricos e ignorantes”, según Hugues, se ha creado una maquinaria de marketing que inventa una hábil retórica llena de adornos y de citas que crean un ribete histórico y científico.
Los actores mencionados cuentan con cómplices como marchantes, asesores, críticos, investigadores, historiadores del arte, medios de comunicación y artistas, unas bases sentadas por la CIA a mediados del siglo pasado para promocionar el expresionismo abstracto. Todo ello permite, según afirma la crítica Avelina Lésper, avalar como arte y vender como tal cualquier objeto o supuesta obra sin valor económico, ni creativo.
La consecuencia de todo ello es, según el economista libanés Saifedean Ammous, un mundo de arte repleto de obras "creadas en cuestión de minutos por vagos aficionados sin talento que no necesitan trabajar duro ni esforzarse al máximo, y que buscan obtener un rápido cheque estafando a los nuevos ricos con absurdos cuentos que intentan pontificar por qué las espantosas e involuntarias salpicaduras de pintura sobre un lienzo son algo más que espantosas e involuntarias salpicaduras de pintura."
En este fraude legal que es el mercado del arte de lujo los coleccionistas usan sus propios tasadores para valorar obras que donarán a museos o fundaciones de manera a desgravar impuestos masivamente. Son ilegales, pero no por ellos menos habituales, las prácticas de las subastas para aumentar los precios de las obras como la Licitación Colusoria, donde varios pujadores representan a un mismo comprador y compiten entre ellos, o la Puja del Candelabro, en la que los subastadores comienzan una venta fingiendo detectar ofertas inexistentes en la sala, cuando en realidad están mirando fijamente a las lámparas o a un punto de la sala difícil de precisar para el público.
Blanqueo de capitales, dinero de procedencia criminal, obras de artistas noveles que recién creadas alcanzan los cien millones de dólares, indemnizaciones multimillonarias otorgadas por las dos principales de subastas, cuyos directores acabaron en la cárcel por conspirar bajo mano para fijar las comisiones que cobraban a sus clientes... el historial de escándalos es pletórico. Una mayor regulación debería ser impuesta, pero como en todo mercado oscuro y opaco hay demasiadas personalidades implicadas y demasiados intereses como para poder ponerle freno sin más.
Por otro lado, y aunque el mercado del arte de lujo es marginal, no en cuantía sino en volumen, hay que hacer hincapié en que éste no representa a la mayor parte del mercado - que apenas sale a la luz y recibe escasa publicidad - donde se compra, vende y promocionan obras de artistas talentosos a precios sensatos y asequibles con agentes competentes y honestos.